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Un ejercicio de arqueología familiar con Bo Nix 

Cuesta imaginar lo difícil que fue para Bo Nix, el hoy quarterback sensación de los Broncos de Denver, dejar la universidad de Auburn, una suerte de patria sentimental, para disputar sus últimos años de elegibilidad con Oregon.

Nix fue criado, en palabras de su propia madre, para defender los colores de los Tigers “desde que salió del vientre materno”. Lógicamente influyó mucho la figura de su padre, Patrick, una vieja gloria como mariscal de campo de Auburn.

Durante varios veranos, la imagen recurrente de la familia Nix durante sus vacaciones en Auburn, una pequeña y apacible ciudad de estudiantes en la región oriental del estado sureño de Alabama, se constituía a partir del pequeño Bo viendo videos de su padre como héroe universitario y jugando a imitarlo en el típico jardín de clase media estadounidense, ataviado con el jersey de los Tigers.

Bo Nix fue el tipo de talento precoz y solitario que usaba su tiempo libre de niño para aprender a leer defensivas. Esto lo llevó a utilizar la adolescencia como sitio de tránsito y convertirse en uno de los mejores prospectos de quarterback que ha visto el estado de Alabama en toda su historia. Después de un brillante paso por la preparatoria Pinson Valley, su destino natural, a diferencia de muchos otros talentos de élite que aterrizan en Tuscaloosa para jugar con la universidad de Alabama, era Auburn.

Su paso por los Tigers puede condensarse en dos escenas memorables: el debut triunfal ante Oregon, el que luego sería su nuevo equipo, y la fractura de tobillo que lastró la última de sus tres temporadas con Auburn.

“Quería hacerlo todo y a veces intentaba ser Superman”, rememoró sobre aquellos días en los que, con tal de estar a la altura de las expectativas, llevó a su cuerpo y mente al límite.

Por suerte para el mito y el relato familiar, cumplió a cabalidad la convención de convertir en su esposa a una animadora del equipo.

Luego, la decisión que cambió todo: la transferencia a Oregon. Ahí, después de un primer año sólido, explotó como candidato al trofeo Heisman en su último año de elegibilidad.

“Menos mal que Oregon estaba ahí, porque ha sido la mejor decisión que he podido tomar”, dijo un Nix completamente liberado de la presión que suponía recoger el testigo de su padre.

Incluso su madre, la primera persona en el mundo que lo acunó idealizándolo como quarterback en Auburn, estuvo de acuerdo con el traslado. Fue entonces que la NFL, de pronto, se volvió un horizonte asequible. Ya no solo había abrazado el legado de su padre, sino que lo había llevado a una dimensión superior.

Este ejercicio de arqueología familiar ofrece pistas para entender por qué Bo Nix fue capaz de irrumpir con tanta fuerza en la NFL, convertirse en el primer quarterback novato de los Broncos en abrir un partido desde John Elway y llevar al equipo hasta la ronda de Wild Card. Ahora, en su segundo año como profesional, los tiene líderes en un territorio tiranizado por los Chiefs de Patrick Mahomes, que han ganado las últimas nueve coronas divisionales.

Con ánimos de cerrar el círculo, habrá que preguntarle a la familia Nix cómo gestiona el hecho de ver convertido su proyecto de héroe local en una potencial estrella de la National Football League.