La NFL de 2025 vive un cambio generacional evidente. Las jerarquías que parecían inamovibles comienzan a agrietarse y ni la AFC ni la NFC tienen hoy un dueño claro.
La NFL entra en esa zona del calendario donde los discursos se acaban y las verdades comienzan a pesar. La octava semana es, por naturaleza, un punto de inflexión: ya no hay margen para decir "estamos ajustando" ni para culpar al calendario o al azar. A partir de aquí, los equipos ya no están "probando cosas"; son lo que son. Y en esa franja de realidad emergen tres partidos que explican mejor que ningún otro el presente de la liga: Ravens vs Bears, Broncos vs Cowboys y Steelers vs Packers.
Pocas franquicias representan el contraste entre pasado y futuro como Baltimore y Chicago. Los Ravens, símbolo de la constancia táctica durante dos décadas, atraviesan un proceso de transición que amenaza con borrar su huella. Los Bears, en cambio, parecen estar saliendo —por fin— del túnel de la mediocridad. El partido no es solo un enfrentamiento de estilos; es una colisión entre un equipo que intenta recordar quién fue y otro que apenas está aprendiendo quién puede llegar a ser.
Durante años, el mantra de Baltimore fue claro: dominar las trincheras, controlar el reloj y golpear con una defensa implacable. En 2025, nada de eso parece sostenerse. La ofensiva de Todd Monken prometía modernización, pero la realidad ha sido una caída en la eficacia global. El equipo promedia 4,6 yardas por jugada —la cifra más baja de la era Lamar Jackson— y su tasa de conversión en tercer down ha caído a 35 %. Algunas de esas lesiones que han tenido han sido en la línea ofensiva, y esto ha destrozado el equilibrio del esquema. Y cuando la estructura se rompe, la magia improvisada de Jackson se vuelve su propio enemigo: demasiadas carreras hacia atrás, demasiados pases bajo presión y la aparición de errores.
Los números son demoledores: Baltimore es el quinto equipo que más sacks permite (18 en cinco partidos) y el segundo con mayor porcentaje de jugadas interrumpidas detrás de la línea de scrimmage. Su EPA por jugada ofensiva es negativo (–0,12), algo que no ocurría desde 2018. Es cierto que la ausencia de Jackson ha agravado este problema, y ni Rush ni Hunter han podido detener la caída que ha sufrido el equipo en el primer mes y medio de competición. La consecuencia es clara: los Ravens se están volviendo predecibles. El sistema diseñado para liberar a su quarterback termina encerrándolo. En lugar de expandir el campo, lo reduce a pura supervivencia.
Otro de los mayores problemas que presenta Baltimore este año es su capacidad para anotar touchdowns una vez que llegan a la red zone. Lo que el año pasado había sido su mayor peligro, se ha convertido en un verdadero quebradero de cabeza. La vuelta de un sano Lamar Jackson debe ser suficiente para arreglar todo esto. En el otro lado estará esperando una defensa de la que poco se habla, una unidad que está dejando sensaciones fantásticas de la mano de Dennis Allen. En métricas avanzadas, son top-10 en Turnover Differential (+6), terceros en Pressure Rate sin blitz (31 %), y sextos en Explosive Plays Allowed (solo 17 jugadas de más de 20 yardas). Si los Bears consiguen dejar a los Ravens en un tanteo algo bajo, van a tener oportunidades de ganar, porque la defensa de los de John Harbaugh permite avanzar a su rival con cierta suficiencia.
En el otro extremo, los Bears han encontrado algo que llevaba años esquivándolos: dirección. No se trata solo de talento, sino de propósito. En su segundo año, Caleb Williams ha devuelto ilusión y ritmo a una ofensiva que, sin ser explosiva, resulta eficiente. Su completion rate ajustado a presión es de 68 %, y su EPA/play en tercer down se ubica entre los diez mejores de la NFL. Lo hace con serenidad, con una madurez impropia de su edad y, sobre todo, con una lectura pre-snap que mejora semana a semana, algo que se le achacó en su temporada rookie.
Chicago ha pasado de depender del error rival a construir sus propios puntos. Y el mérito no es solo de Williams. La línea ofensiva, reforzada en la Agencia Libre, ha permitido apenas ocho sacks, y la carrera comienza a ser lo que se esperaba en una ofensiva dirigida por Ben Johnson. Tanto Swift como Monangai están consiguiendo muchas yardas con el balón en las manos, incluso en situaciones de pase, donde las screens funcionan bastante bien.

En la imagen de arriba tenemos una situación de toss play, una de las que tantas veces hemos visto en los Lions y ahora vemos en Chicago. Los Bears forman con personal 11 (un running back y un tight end). Cuando se inicia el snap, los dos wide receivers del lado derecho bloquean para sellar el edge y el tackle derecho sale en pull al segundo nivel para bloquear al apoyo contra la carrera por el exterior. Swift va leyendo estos bloqueos y la autopista que se abre delante de él. Acelera, presiona por fuera para sellar al último defensor y corta para dentro aprovechándose de la gran ejecución en los bloqueos de sus compañeros.
Partido de alto riesgo en las filas de Baltimore, ya que otra derrota más sería insostenible en su afán por recuperar el tiempo perdido. Ya están al filo del abismo y necesitan recuperar sensaciones positivas antes de que la temporada se convierta en un absoluto fracaso. Los nuevos Bears de Ben Johnson viven momentos felices, viendo que su apuesta por el ex coordinador ofensivo de los Lions está dando buenos resultados. Una victoria este domingo les daría el empujón definitivo para ser considerados como uno de los aspirantes a jugar los playoffs de la Conferencia Nacional. El partido opondrá la urgencia de los Ravens frente a la paciencia de los Bears. Quien se mantenga fiel a su plan, ganará.
Los Denver Broncos llegan a la semana 8 con un aire insólito de credibilidad. Después de años de inestabilidad, el proyecto de Sean Payton empieza a parecerse al de un verdadero equipo profesional. No uno brillante, eso sí, pero sí uno funcional y que puede presentar candidatura a algo más grande si el ataque da un paso adelante.
Los Dallas Cowboys, en cambio, son la contradicción más americana de la NFL: talento, historia, expectación y una fragilidad estructural que los desnuda casi cada domingo. Aún así, la llegada de Brian Schottenheimer ha abierto un juego de ataque que, ahora mismo, es uno de los más explosivos de toda la liga.
El resurgir de los Broncos no es accidental. Sean Payton ha devuelto al equipo la cultura del detalle. Su ofensiva no depende de explosiones, sino de ejecución. Con Bo Nix, el esquema ha virado hacia el control de posesión. Denver lidera la liga en Average Drive Length (3:28) y en porcentaje de drives sin pérdida de balón (72 %). No impresionan, pero desgastan. Nix está haciendo un gran esfuerzo por cambiar el inicio de su año rookie y convertirse en un quarterback que no rifa el balón, que busca lanzar rápido, que evita errores y que va entendiendo mejor las coberturas rivales. Quizás no sea el ataque más explosivo de la liga, pero Payton le da estabilidad y mucho juego horizontal para ir desgastando a la defensa. En los últimos partidos (salvo en ese increíble último cuarto frente a Giants), estos Broncos han pecado de demasiado conservadurismo, dado que su defensa es la que le da siempre la opción de ganar partidos.
Denver es tercero en Pressure Rate (36 %), segundo en Defensive Red Zone Efficiency (37 %), y quinto en Third Down Stop Rate (68 %). La clave para todo esto es la facilidad que tienen para generar presión con los cuatro de la línea defensiva. Sin necesidad de blitz, el front four de los Broncos provoca colapsos constantes. Zach Allen, Nik Bonitto y Jonathon Cooper conforman un triángulo letal en los primeros segundos del snap. Eso permite que los linebackers jueguen más atrás y la secundaria mantenga cobertura doble en rutas largas. Aún así, Vance Joseph, el coordinador defensivo, es capaz de disfrazar muy bien tanto sus coberturas como el esquema de presión, ya sea con solo los cuatro de la línea o incluyendo algún blitz siendo mucho más agresivo. Es un sistema que prioriza la eficiencia sobre el riesgo. El resultado es una defensa que no brilla con demasiados highlights, pero que ahoga drives, dejando a sus rivales en un promedio de solo 16,8 puntos por partido.

Arriba vemos una situación en la que hay hasta siete defensores amenazando con el pass rush, con Nik Bonitto en 9-tech abierto en la izquierda de la imagen. Cuando se inicia el snap, los dos jugadores que están alineados al lado de Bonitto caen en cobertura y dejan en uno contra uno al edge rusher frente al tackle izquierdo. La explosividad y velocidad, unida al fantástico leverage, le bastan para superar al bloqueador y llegar en décimas de segundo hasta el quarterback, consiguiendo uno de los múltiples sacks que lleva en esta temporada.
En Dallas, todo parece tener más sentido que otros años. Es cierto que la defensa es frágil y que la marcha de Micah Parsons ha hecho demasiado daño. La línea defensiva ya no genera miedo: el pass rush win rate cayó del 44 % al 29 %, y el equipo ha permitido 6,1 yardas por jugada, la peor marca desde 2013. Aún así, este equipo se convierte en un rival muy competitivo al ser capaz de mantener un nivel de anotación altísimo. La llegada de George Pickens y Javonte Williams les ha dado lo que necesitaban para que todo lo demás funcionase. Además, la vuelta de CeeDee Lamb y el paso adelante de Jake Ferguson son muy importantes para que Dak Prescott siga a un nivel nunca antes visto en él.
Dallas es un equipo de impulsos; Denver, de procesos. Los Cowboys intentan ganar desde el talento; los Broncos, desde la estructura, y en la NFL moderna, la estructura gana más partidos en octubre que el talento desordenado. Este será un partido de madurez. Nix necesita consolidar su reputación como gestor fiable y Payton demostrar que la disciplina, aunque menos vistosa, es el camino más corto hacia la relevancia. Son líderes de su división y aguantan el ritmo que parecen haber impuesto ya los Kansas City Chiefs en estas últimas semanas. Al otro lado les espera un equipo que, si sigue siendo tan efectivo en ataque, seguirá ganando partidos y los meterá de lleno en la pelea por jugar en enero. Estamos ante un partido entre dos estilos muy diferentes y que puede deparar alguna sorpresa que otra.
Hay partidos que se juegan en el campo y otros que se disputan en el alma. El de la semana 8 entre los Pittsburgh Steelers y los Green Bay Packers pertenece a la segunda categoría. No importa tanto el récord ni el marcador. Importa el símbolo. Porque por primera vez en su carrera, Aaron Rodgers se medirá a los colores que lo convirtieron en mito. Será, en esencia, un duelo entre un hombre y su pasado.
Rodgers regresa al escenario emocional de su vida. No volverá a Lambeau Field, pero sí enfrentará al escudo que marcó cada capítulo de su trayectoria. Tras 18 temporadas en Wisconsin, un anillo, cuatro MVPs y un sinfín de duelos con los fantasmas de la perfección, el veterano quarterback —ahora con 41 años, a punto de cumplir los 42— se enfunda el negro y dorado de los Steelers para mirar de frente a su historia. El football americano, a veces, tiene un sentido de la ironía casi poético: el hombre que simbolizó la estabilidad en una franquicia tradicionalista buscará su reivindicación en otra institución definida por su disciplina, su identidad obrera y su amor por la defensa. Rodgers no enfrenta solo a los Packers; enfrenta al concepto mismo de "pasar página". Su salida de Green Bay no fue tan amable como él hubiese querido. Se marchó dejando un legado incuestionable, pero también una relación desgastada, salpicada por la sensación de que su ciclo se había agotado sin el desenlace que merecía. Y en el otro lado estará Jordan Love, el quarterback que heredó su trono y que representa lo que Rodgers fue en 2008: juventud, esperanza y el peso de la comparación. La NFL es un círculo perfecto: el discípulo contra el maestro, el relevo contra el recuerdo.
El Aaron Rodgers que llega a este partido no es el mismo que vestía de verde y dorado.
Su estilo, antaño eléctrico y desbordante, se ha transformado en un ejercicio de cálculo y precisión. Mike Tomlin, técnico de los Steelers, lo ha rodeado de un sistema que se ajusta a su madurez: rutas cortas, control del reloj, poco riesgo y mucha lectura pre-snap. Los Steelers no necesitan que Rodgers sea un dios. Necesitan que sea un cirujano. Y en ese rol, ha sido eficiente. En las primeras semanas, su EPA/play (+0,18) lo coloca entre los ocho quarterbacks más productivos de la liga, y su porcentaje de pases interceptables apenas roza el 1,5 %. Pero más allá de la estadística, lo que impresiona es la serenidad: Rodgers ya no busca demostrar que puede ganar partidos imposibles; ahora busca que el partido se juegue a su ritmo. Su meta no es anotar 40 puntos, sino convertir cada drive en una lección de control.
Por su parte, el equipo de Matt LaFleur ha sabido adaptarse a la era post-Rodgers con sorprendente solidez. Jordan Love, quizás, no tiene el aura del veterano, pero sí una comprensión creciente del sistema y un talento de brazo fuera de toda duda. Su completion rate ronda el 66 %, y ha reducido sus errores de lectura bajo presión, el talón de Aquiles de su año de debut. Sin embargo, el duelo con Rodgers trae un matiz intangible: la inevitable comparación. Durante semanas, en Green Bay se ha hablado menos de tácticas y más de legado. Love ha intentado restar dramatismo, pero la realidad es que no lo es. Nadie en Wisconsin quiere ver al viejo número 12 celebrando una victoria con otro uniforme.
En lo deportivo, Green Bay intentará romper el ritmo pausado de Pittsburgh con velocidad ofensiva. La defensa de los Steelers es una de las más disciplinadas en blitz efficiency, pero vulnerable cuando se enfrenta a un tempo alto. Si LaFleur logra mantener series rápidas y desgastar la cobertura media, los Packers pueden forzar a Rodgers a perseguir el marcador, algo que Pittsburgh ha evitado a toda costa en este curso.
El duelo será, ante todo, una batalla de ritmos. Tomlin y LaFleur son técnicos que construyen desde la estructura, pero sus filosofías difieren en el punto de ataque. Pittsburgh busca el partido corto y físico; Green Bay, la fluidez y el desajuste. La línea ofensiva de los Steelers ha mejorado su Pass Block Win Rate hasta un 59 %, pero aún sufre frente a rushers veloces. Enfrentará a Rashan Gary y, sobre todo, a un Micah Parsons que llega de hacer el mejor partido con la camiseta verde y oro de los Packers. Rodgers deberá recurrir a su viejo don para deslizarse lateralmente y alargar jugadas sin comprometer la lectura, algo que funcionó a las mil maravillas el pasado jueves frente a los Bengals. Además, la aparición de Darnell Washington le genera muchas ventajas al ataque de Arthur Smith. Washington es decisivo bloqueando para la carrera y, en la formaciones con personal 13 (un running back y tres tight ends), los Steelers encuentran espacios suficientes para el mastodóntico tight end pueda conseguir primeros downs o anotaciones en forma de touchdown de recepción.

En la secuencia de arriba vemos como Washington alinea en el lado derecho del ataque, pero, antes del snap, Rodgers lo mueve a la izquierda. Esto lo hace para buscar el spot libre de la defensa zonal de Bengals. Cuando se inicia la jugada, tanto el safety como el linebacker de ese lado quedan congelados un segundo mientras Rodgers sostiene el balón, algo que está leyendo el quarterback. Por fuera de los números, Metcalf juega una clear route para generar espacio para la ruta out de Washington. Es una situación de pase muy rápida, Rodgers suelta el balón y Washington gana el primer down.
Los Packers intentarán seguir siendo importantes con su juego terrestre, y más viendo los problemas que están teniendo los de Tomlin defendiendo la carrera. Josh Jacobs ha convertido 24 touchdowns en los 24 partidos jugados con los queseros, y es, sin duda, el eje por donde todo el ataque funciona. Una vez que LaFleur instaura ese juego de carrera machacón, el play action se convierte en el recurso utilizado para explotar los espacios en cobertura y conseguir big plays. Quizás, esta ofensiva no sea tan fluida como la que vimos en el último tercio de competición en 2024, pero aún posee demasiado talento para convertir esos terceros downs que terminan dando victorias.
Más allá de la táctica, este partido está cargado de simbolismo. Rodgers no lo dirá en voz alta, pero hay algo profundamente personal en volver a enfrentarse a los colores que definieron su vida profesional. Durante la semana previa, en las instalaciones de los Steelers, se ha percibido un aire distinto: los jugadores hablan de él con respeto reverencial, conscientes de que este domingo no solo buscan una victoria, sino darle a su líder un momento de redención pública. Rodgers, por su parte, ha mantenido el tono sereno, pero su lenguaje corporal lo traiciona: cada referencia a los Packers va acompañada de una sonrisa que parece contener siglos de orgullo. Él sabe que la NFL es una liga de percepciones, y que vencer a Green Bay con otro uniforme lo elevaría a una categoría mítica: la del héroe que regresó del exilio y conquistó a su antiguo reino. Además, se convertiría en el quinto jugador de la historia en derrotar a los 32 equipos que forman la liga.
El deporte vive de relatos, y la carrera de Aaron Rodgers tiene una potencia cinematográfica como pocas otras. De chico que cayó al final del draft, a leyenda de un solo equipo. De profeta incomprendido, a sabio errante en busca de paz. Y este domingo, todo ese viaje se resume en 60 minutos de football.