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Vivir la perfección: los Miami Dolphins invictos

Cada temporada de la NFL arranca con un sueño imposible. Lo comparten todos los equipos. ¿Prohibido? Casi. Alguien lo alcanzó. 

Enero de 1972. Un hombre robusto con el rostro tenso baja la escalera de un avión que acaba de llegar de Nueva Orleans. En él conviven dos sensaciones opuestas. Por un lado el enfado. El alcalde de la ciudad donde acaba de aterrizar le propuso una parada para festejar la participación en la Super Bowl VI, perdida contra los Cowboys. "La única vez que haremos una fiesta será cuando ganaremos el anillo", le espetó. ¿La otra sensación? Puede que en el vestuario del viejo Tulane Stadium de la Big Easy, como se les conoce la ciudad más grande de Louisiana, se haya forjado algo especial.

Los Dolphins eran un equipo recién nacido en una ciudad que estaba en el mapa deportivo profesional por albergar los partidos de primavera de algunos de los combinados de béisbol que se preparaban para la temporada. Se estaba rescatando lo que quedaba de los edificios Art Deco de los años '30 que se convertirían en uno de los atractivos de South Beach. Los habitantes eran sobre todo jubilados adinerados que querían dejar el frío de Boston, Nueva York y las ciudades del norte para vivir sus últimos años acariciados por un clima tropical y un ritmo una vida muy alejado del frenetismo de las grandes urbes. 

Estaba también transformándose en un cruce de las Américas. Ya habían emigrado muchos cubanos que abandonaron la más grande de las Antillas tras la llegada de Fidel Castro. Muchos más llegarán en los años 80 tras el Éxodo del Mariel -algunos de ellos inspiraron la historia de Scarface, la inolvidable película dirigida por Brian De Palma- y en general desde todos los países de América Latina.

Se intuía que Miami había empezado un desarrollo inexorable. De allí el interés por crear una franquicia. La primera de las cuatro que ahora están presente en la ciudad -Marlins, Heat y Panthers nacieron todas en los años '90-. Los derechos para crear aquella franquicia los obtuvo un tal Joe Robbie, de Dakota del Sur, cuanto más lejos de Miami puede existir. En todos los aspectos. 

Si bien el equipo fue recibido con frialdad -no se solía llenar ni la mitad del Orange Bowl que entonces era famoso para albergar míticos duelos universitarios-, no tardó muchos años en atrapar la atención de los habitantes. Todo ello pese al curioso estreno. Una derrota abrumadora. Pero la primerísima jugada de aquel juego contra los Oakland Raiders fue un retorno de 95 yardas de Joe Auer.

Paulatinamente y muy lejos de las foco mediáticos, los directivos estaban armando un equipo, o mejor dicho, un equipazo. ¿Cómo? Escogiendo bien en el Draft. Firmando agentes libres que ya no encajaban en sus entidades y eligiendo al jefe. Un entrenador que había trabajado magistralmente en los Colts. Aunque le faltó el anillo en Baltimore. Tenía unas ganas locas de quitarse esa mancha en un sitio que para muchos seguía representando solo una meta vacacional. Playas, mar y canchas de tenis y golf. Poco más.

La metodología de Shula -entonces el head coach más joven en la historia de la NFL- era muy sencilla. Trabajar duro. Muy duro. Hoy sus entrenos estarían prohibidos por la liga. ¿Por qué? Violarían las normas de salud de los jugadores. Llegaba a un nivel maníaco de control. Supervisaba lo que ocurría a su lado y a la vez lo que sucedía al otro lado del emparrillado. No se perdía nada porque la ejecución de cada detalle hubiera permitido la construcción de un engranaje infranqueable.

FILE - Miami Dolphins head coach Don Shula smiles during practice, Saturday, Dec. 14, 1985, in Miami, as the team prepares for a game against the New England Patriots. The Dolphin's 1972 undefeated season led to the immortalization of Don Shula. He has street names, hotels, restaurants, etc. named after him in Florida. His importance in the city – and the NFL -- is almost bigger than life. (AP Photo/Kathy Willens, File)

Aquella temporada 1970-1971 puso a los Dolphins en el mapa. En los playoffs disputaron un partido histórico contra los Chiefs. Se acabó tras más de 80 minutos de juego gracias a una patada de Garo Yepremian. ¿Quién? Os suena extraño, eh. Él también fue uno de los héroes. Chipriota con antepasados armenios, no tenía la menor idea del football. Una noche se iluminó al ver una patada por televisión. Como ex jugador de fútbol con el balón redondo, pensó: ¿Seré capaz de ejecutar semejantes patadas? Se dio inmediatamente la respuesta. Afirmativo. Tras varios periplos llegó a la NFL. 

Las figuras pintorescas no paraban aquí. Larry Seiple, el punter…no era solo un punter. Maestro de las jugadas de engaño, tenía el atrevimiento de ejecutarlas también in the clutch es decir cuando el ovoide pesa 10 kilos o más. En 1969 había ganado más de 600 yardas en carrera arrancando de situaciones de patada. Una locura. De hecho Shula le había hablado claro: "Todas las veces que ves el espacio para conquistar el down, corre!"

¿Los runningbacks? Larry Csonka y Jim Kiick se complementaban perfectamente. Además Larry, que hoy vive en la majestuosa naturaleza de Alaska, había entendido que Miami se estaba volviendo glamurosa. No desdeñaba lucir camisetas que se verán más tarde en una de la serie cult de los años '80 de la ciudad, Miami Vice. Ambos lucían bigote, eran el espejo de la década. Inicialmente, Mercury Morris ejercía solamente de retornados. Pero Shula veía que tenía talento para más. Lo agregó a Csonka y Kiick. Logró el milagro que los tres pudieran convivir sin celos. En pos del objetivo común. 

La campaña 1971-1972 se quedó como única en el panorama del deporte mundial. A principio la cosa pasaba desapercibida, con el seguir de las semanas cada equipo soñaba con parar la escalofriante racha de los Delfines. Nadie lo conseguía, pocos lograban hacer cosquillas a un engranaje perfecto.

No tenemos que pensar en duelos con 50 lanzamientos del mariscal de campo. Bob Griese, quarterback de la universidad de Purdue era capaz de lanzar incluso 6 pases en un partido. En el momento correcto. Y de manera inmejorable. No jugaba para engrasar sus estadísticas. Solo quería trofeos en el escaparate de su equipo. ¿La defensa? Insuperable. Su apodo No name defense fue lanzado por Tom Landry. Lo dice todo. Ninguna estrella, nadie destacaba por encima de un compañero. Pero todos se movían impecablemente sin dejar siquiera las migas al ataque rival. Y había buen rollo. Manny Fernandez transcurría parte de su tiempo libre en el mítico pantano de Everglades. Entre los cocodrilos. Una vez escondió a un ejemplar en el despacho de Shula. ¿Desastre? No, el maestro, aunque no lo dejaba trascender, tenía sentido del humor.

El triunfo llegó un domingo de enero en California. Si bien el resultado final (14-7) sugeriría un duelo apretado, los Dolphins han dominado psicológicamente al rival de principio a fin. Muy superiores, no necesitaban anotar 50 puntos para demostrarlo.

Eran el equipo perfecto.