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Tampa Bay, la cuna del death metal

Debe haber pocos estadios en la NFL con mayor carisma que el Raymond James Stadium. Hay tres momentos fundacionales para quien conoce la adicción por la NFL a través de jugar Madden por la madrugada: encontrar la pestañita del hail mary -y utilizarlo mucho más de lo que lo haría cualquier equipo profesional-, descubrir que tu quarterback puede correr y, por último, encontrarte con que el estadio de los Tampa Bay Buccaneers tiene un barco precioso tras la zona de anotación. Pasé noches enteras jugando al modo franquicia con los Bucaneros de Josh Freeman. El equipo, en la realidad, estaba para llorar, pero yo los hice campeones dos veces seguidas. Después concreté la mudanza del equipo a México, pero esa es otra historia.

Florida, paradójico estado siempre dispuesto a construir un relato que los legitime como un crisol multicultural, pero que se ha convertido en uno de los principales focos conservadores anti-migrantes en Estados Unidos, tiene tres equipos en la NFL: Miami, Jacksonville y Tampa Bay. El país mira a Florida como una suerte de lugar de retiro: Jerry Seinfeld, creador y protagonista de la serie que resume a la perfección la neurosis neoyorquina de fin de siglo, encontraba cualquier cantidad de excusas para no bajar al pantano y visitar a sus padres en Boca Ratón, un condado de paisajes idílicos al norte de Miami. Tom Petty, nacido en Gainesville, muy cerca de Jacksonville, contó alguna vez que la mejor decisión que pudo tomar fue salir del pantano con dirección a Los Ángeles. Estados Unidos ha convertido a Florida en el epítome de una modernidad donde no hay mayor crimen que aburrirse: siempre hay que tener algo que hacer, algo por descubrir o algo por visitar. Louis CK, en su momento, se burlaba de que en Miami solamente faltase ofrecer ataúdes con televisor incluido para evitar que el difunto llegara a aburrirse.

Raymond James Stadium is decorated for it's 50th anniversary throwback game for an NFL football game between the New York Jets and the Tampa Bay Buccaneers, Sunday, Sept. 21, 2025, in Tampa, Fla. (AP Photo/Peter Joneleit)

La gente de Florida, sin embargo, se aburrió durante mucho tiempo. Si bien los Dolphins se han erigido históricamente como el equipo insignia del estado, tanto Jacksonville como Tampa Bay han gozado de mayor éxito en este siglo. Los Jaguars, comandados por un Blake Bortles que, durante el primer mes del 2018 se creyó el mejor Tom Brady, llegaron al juego de campeonato de la Conferencia Americana para ser derrotados por unos Patriots que después caerían ante el improbable Nick Foles en el Super Bowl. Los Buccaneers, por su parte, llegaron al Super Bowl en 2003 y vencieron a los Raiders de Bill Callahan en el hoy extinto Qualcomm Stadium de San Diego. Repetirían después en 2020, cuando la crepuscular dupla de Tom Brady y Rob Gronkowski venció a un favorito Patrick Mahomes.

Tampa Bay se inscribe como una urbe extraña en el mapa de Florida: es la única ciudad importante afincada al oeste del estado, pega directo con el Golfo de México y no es precisamente el destino turístico que una agencia de viajes recomendaría. La ciudad está considerada como la cuna norteamericana del death metal; no deja de ser curioso que un lugar donde aparentemente no sucede demasiado se haya erigido como caldo de cultivo para uno de los géneros musicales más potentes que han existido. Lo mismo le preguntaron a Tom Petty sobre la facilidad de Gainesville, un pueblo perdido a las afueras de Jacksonville, para generar artistas: de allá salieron, además de Petty, Don Felder, compositor de los Eagles, y Jeremy McKinnon, de A Day To Remember. Hay algo en el agua, dijo Petty. En el caso de Tampa y el death metal todo es más sencillo: hay una construcción de ladrillos en medio de la nada, en el cruce de la novena avenida y Van Dyke, al norte de la ciudad, donde en 1981 surgieron los Morrisound Studios, casa de la primera discográfica que confió en el death metal en Estados Unidos. Allí, en el barrio de Fern Cliff, grabaron bandas como Cannibal Corpse o Sepultura.

Tampa Bay Buccaneers quarterback Baker Mayfield (6) passes against the New Orleans Saints in the second half of an NFL football game, Sunday, Dec. 7, 2025, in Tampa, Fla. (AP Photo/Jason Behnken)

Andrew O'Neill, historiador musical especializado en el heavy metal, ubica el death-metal como una de las cimas en el mapa sonoro del género. En este sentido, Tampa consigue desmarcarse de una identidad musical afincada en una perversión y tropicalización del latinaje que permea prácticamente a todo el estado de Florida. El mismo O'Neill establece la fórmula del death-metal como el mero hecho de llevar todo a la milésima potencia: ¿cómo ser más heavies? Superando al rival. ¿Black Sabbath va lento? Ve aún más lento. ¿Slayer va rápido? Ve aún más rápido. ¿Iron Maiden escribe sobre situaciones apocalípticas? Encuentra la forma de ir más allá. Es posible encontrar, entonces, un paralelismo entre la creencia fundamental que O'Neill establece alrededor del death-metal y la manera de jugar de Baker Mayfield: ir más allá, jugar una marcha por encima.

Baker Mayfield es el nombre principal en el proyecto actual de los Buccaneers. El hombre al que le bastaron cuarentaiocho horas como mariscal de los Rams para vencer en todo un SoFi Stadium a los Raiders en 2022 dijo, al final de ese partido, que no podría haber escrito una historia mejor. El juego de Mayfield involucra, tal vez, morir un poco en cada partido. Es una gesta canción tras canción. Es puro death-metal.