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Foster Moreau: La vida es un misterio

En lo alto de la Atalaya, un escarpado saliente rocoso de la costa cantábrica española, se encuentra el cementerio de la villa asturiana de Luarca. Un enclave idílico para uno de los camposantos más bellos de la geografía española. El lugar ejerce un paradójico embrujo para los visitantes que se acercan hasta ese emplazamiento. El lienzo de vida que se extiende ante nuestros ojos en forma de gran masa acuosa azulada contrasta abruptamente con las historias interrumpidas de tiempos lejanos que descansan para siempre inertes en los nichos bajo nuestros pies. Las almas que allí reposan obtienen la paz y el descanso necesario gracias al sereno batir de las olas frente a las rocas y el aroma salado que transporta la brisa del inmenso coloso marino. Multitud de curiosos, cámara en mano, se desplazan hasta allí porque en esta peculiar necrópolis descansa uno de los científicos más importantes de la historia de la medicina universal, cuyos novedosos descubrimientos le hicieron ganador de un premio Nobel. En una humilde y sencilla  lápida que esconde la grandeza que alcanzó en vida descansa junto a su esposa el médico y científico español, Severo Ochoa.

Agradecimientos a BBVA Openmind.

Con su inseparable bata blanca, probeta en mano, una inquebrantable fe y constancia le hicieron descifrar en su laboratorio uno de los misterios "moleculares" de la vida humana. Descubrió a través de la lente de su microscopio los mecanismos y las enzimas necesarias para la síntesis del ácido ribonucleico (ARN) y el ácido desoxirribonucleico (ADN). Hallazgos que supusieron el nacimiento de la biología molecular moderna y fueron trascendentales para el avance de la medicina y supusieron para el asturiano la concesión del galardón más importante de las ciencias. Pero la vida humana tiene un carácter mucho más enigmático y no puede reducirse a una simple sucesión de bases nitrogenadas, puentes de hidrógeno y reacciones enzimáticas como iba a descubrir Severo con el paso de los años. Hay componentes intangibles, imperceptibles a nuestros sentidos, seguramente participen también en el proceso sustancias y enzimas que rigen nuestro día a día y que carecen de nombre en la actualidad pues están esperando ser descubiertas por futuros genios que levantarán con sus manos premios nobeles e incrementarán el conocimiento de el peregrinar humano por nuestro planeta.

En el ocaso de su carrera, Ochoa declaró: "Me he dedicado a investigar la vida y no sé por qué ni para qué existe" proclamando el perpetuo misterio que encierra la existencia humana, algo que iba a descubrir nuestro protagonista de hoy.

FOSTER MOREAU: GOLPE INOPORTUNO

A los veinticinco años Foster Moreau iba a elegir por primera vez su destino. Podía sentir que comenzaba a tomar las riendas de su vida y encauzar su futuro profesional. Las moléculas de ADN y ARN de su organismo, no obstante, tenían otros planes para él.

Nacido en Nueva Orleans hace veinticinco años, Foster fue un destacado deportista desde joven alternando baloncesto y fútbol americano en el instituto. Durante su último curso en el Jesuit High School, Moreau capturó treinta y cuatro pases acumulando cuatrocientas cincuenta y cuatro yardas y seis anotaciones de touchdown siendo un jugador vital para que su equipo se coronara campeón estatal. Fue catalogado por los escrutadores de talento como un proyecto de tight end de tres estrellas y se decantó por la universidad local de Louisiana State para realizar su carrera universitaria.

En Baton Rouge, Moreau dejó su impronta durante los cuatro años que vistió la camiseta de los Tigers. Impactó no solo por las** seiscientas veintinueve yardas y seis anotaciones obtenidas en los cuarenta y nueve partidos que disputó,sino también por su carisma y actitud dentro del vestuario. Supo ganarse el respeto de compañeros y entrenadores y durante su última campaña tuvo el honor de lucir en su espalda y en su pecho el mítico número dieciocho de LSU, que porta el jugador, votado por sus compañeros y aprobado por su entrenador, que demuestra mayor _madurez, liderazgo y aplomo dentro y fuera de la cancha. _

LSU tight end Foster Moreau runs a drill during the NFL football scouting combine, Saturday, March 2, 2019, in Indianapolis. (AP Photo/Darron Cummings)

La NFL esperaba a Foster Moreau, el tight end debería abandonar por primera vez su Luisiana natal destino Las Vegas puesto que los Raiders lo iban a seleccionar con el pick número ciento treinta y siete del draft del año dos mil diecinueve.

En la ciudad de los casinos se iba a repetir el patrón que ha perseguido a Foster durante toda su vida. A pesar de vivir deportivamente a la sombra de Darren Waller, Moreau supo ganarse el corazón de los "Silver and Black" y encontró la manera de ser importante para el equipo dentro del terreno de juego con sus cinco touchdowns en su año de novato.

Las Vegas Raiders tight ends Derek Carrier (85), Darren Waller (83) and Foster Moreau walk on the field during NFL football practice, Friday, July 30, 2021, in Henderson, Nev. (AP Photo/David Becker)

La vida le iba a poner una primera zancadilla. Una rotura de ligamento cruzado de la rodilla obligó a nuestro protagonista a luchar y demostrar su inquebrantable resiliencia.

Finalizado su periplo en la ciudad del entretenimiento, Foster estaba decidido a regresar a casa, se había labrado una respetable fama en la mejor liga del mundo y los Saints de Nueva Orleans estaban dispuestos a ofrecerle su primer contrato como veterano en la liga que le iba a reportar unos importantes ingresos económicos. Antes de estampar su firma en el acuerdo faltaba cumplimentar un reconocimiento médico rutinario que no debería suponer ningún problema para un atleta de élite como él. Analíticas, radiografías y electrocardiograma cuya normalidad permitirían a Moreau iniciar el codiciado regreso a casa. Pero las moléculas cuya síntesis descubrió tiempo atrás el genio asturiano, habían decidido mutar y crecer desorganizadamente en el organismo de Foster. Sin saber porqué ni para qué, como diría Ochoa, la vida de Moreau viraba de forma titubeante en el momento más inoportuno.

Las Vegas Raiders tight end Foster Moreau (87) warms up before an NFL football game on Thursday, August 4, 2022 in Canton, Ohio. (Olivia McLucas via AP)

El Dr. John Amoss, internista encargado de la salud de los jugadores de los Saints, miró a Foster con el grado preciso de seguridad y empatía que otorga la experiencia acumulada de ser un galeno portador de malas noticias mientras le confirmaba el peor de los presagios. El jugador padecía un Linfoma de Hodgkin que requería tratamiento inmediato.

Foster Moreau no se dejó vencer por el desánimo. Extrajo la parte positiva del proceso y se centró en luchar contra un nuevo adversario. Hizo pública la noticia en diversas redes sociales con el siguiente mensaje:

"A través de un proceso casi milagroso, este período de la Agencia Libre me ha cambiado la vida. Durante un examen físico de rutina realizado por el equipo médico de los Saints en Nueva Orleans, me enteré de que tengo linfoma de Hodgkin y me veo obligado a alejarme del fútbol. Es momento de luchar contra un nuevo oponente: el Cáncer".

Seguramente Foster, al igual que Severo, se encuentra desconcertado por el carácter enigmático, arbitrario y fortuito que el destino ha elegido para su vida, y como el asturiano, debe aplicar el método científico y extraer conclusiones e hipótesis de su situación. Desgraciadamente tiene espejos y compañeros de profesión en los que mirarse...

JAMES CONNER: SANGRE DE ACERO

El nombre de James Conner está irremediablemente asociado a la ciudad del acero. Una "aleación" deportiva que se estableció desde temprana edad entre el corredor oriundo de Erie y la ciudad de los metales.

El idilio comenzó en el año dos mil trece. Tras brillar en el instituto McDowell como corredor (mil seiscientas ochenta yardas y veintiséis touchdowns en su año senior) y defensive end de los Trojans, Conner se puso la gorra de la universidad de Pittsburgh para realizar sus estudios universitarios en la ciudad de Pensilvania.

El impacto de James en los Panthers se dejó sentir desde el primer día que pisó el césped. Yarda a Yarda, demostró una superioridad y fortaleza impropias de un jugador de primer año y finalizó la temporada como el corredor más productivo del equipo con setecientas noventa y nueve yardas. En la Little Caesars Bowl frente a Bowling Green confirmó que había nacido una estrella en la universidad de Pittsburgh y fue elegido el jugador más valioso del partido al obtener doscientas veintiséis yardas y una anotación.

La siguiente temporada supuso la confirmación de James en el firmamento deportivo colegial. Los equipos rivales intentaban frenar sus acometidas colocando hasta nueve defensores en la caja, sin embargo, Conner siempre encontraba la manera de romper las líneas defensivas enemigas. Terminó el año elegido unánimemente como el jugador más valioso de la conferencia Atlantic Coast.

James parecía imparable, no había linebacker ni safety que pudiera placar y detener al corredor de Pensilvania. Nuevamente el críptico ADN y ARN y su crecimiento descontrolado iban a modular la experiencia vital de un joven jugador en el albor de su carrera deportiva. 

Tras lesionarse la rodilla en el primer partido de la campaña del año dos mil quince, Conner empezó a experimentar insomnio, sudoración excesiva y una fatiga inapropiada para un atleta de su calado. La evaluación médica fue concluyente. James padecía linfoma de Hodgkin y debía iniciar tratamiento con quimioterapia inmediatamente.

Pittsburgh Steelers running back James Conner (30) warms up before an NFL football game against the Houston Texans in Pittsburgh, Sunday, Sept. 27, 2020. (AP Photo/Gene J. Puskar)

El corredor tuvo que alejarse de los terrenos de juego, luchó contra la enfermedad con el mismo tesón con el que derribaba defensores sobre el césped. Ni la pérdida de peso, la caída del cabello, ni siquiera la orina roja que le producían como efecto secundario los citotóxicos para frenar la multiplicación descontrolada de su tejido linfoide desalentaron a James. Conner tuvo siempre claro que volvería a ser imparable, que un grupo de células no iban a frenar su carrera y su vida. Trabajó más duro que nunca. Icónicas son sus imágenes entrenado en las instalaciones de la universidad con mascarilla facial, en la etapa precovid, para evitar contagiarse de cualquier microorganismo debido a la inmunosupresión que le producía la terapia anticancerosa.

La voluntad humana tiene un efecto terapéutico y placebo que no puede despreciarse en la medicina moderna a pesar de los avances tecnológicos. En el caso de James podemos suponer que ejerció un importante papel en su curación definitiva. Conner pudo volver a ponerse un casco y una coraza. Regresó a la universidad de Pittsburgh demostrando que su sangre y cuerpo han heredado la fortaleza del acero de Pensilvania. La magia se alargó cuando los Steelers eligieron a James en la tercera ronda del draft del año dos mil diecisiete desatando la euforia local. El ídolo del pueblo se quedaba en casa y su camiseta se convertía en la más vendida en los negocios locales y nacionales.

El resto de la historia y carrera de James Conner en la NFL es conocida por todos los amantes de la NFL y debe servir como estímulo para Foster Moreau en esta etapa inicial de su dura lucha frente a la enfermedad.

LA VIDA ES UN MISTERIO

Nuestros tres protagonistas descubrieron en sus propias carnes los caprichos microscópicos y macroscópicos de la existencia humana. El infortunio llamó a la puerta de todos en un momento cumbre de su vida. A pesar de que científicamente hemos descifrado muchos enigmas y procesos biológicos que gobiernan el cuerpo humano, seguimos sumidos en la incertidumbre metafísica sobre el designio de nuestras vidas. A Severo Ochoa el destino le deparó la muerte de su esposa y se sumió en una profunda depresión con la que tuvo que combatir durante el resto de su vida. Conner venció, merced al reservorio, la quimioterapia y el anhelo de supervivencia, al linfoma que estuvo a punto de truncar su carrera deportiva. Foster se encuentra en estos momentos en una encrucijada vital que un mes antes no se había planteado, la que supone pasar de recorrer las yardas de un campo de fútbol americano a los largos pasillos de hospitales para anotar el touchdown más importante de su vida, el que le permita vencer al Hodgkin. Como dijo Severo Ochoa, vivimos esta vida sin saber por qué ni para qué existimos pero si algo hemos aprendido como especie a lo largo de los años, es a levantarnos con la cabeza alta, más fuertes, cuando nos golpea inesperada y misteriosamente.