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Baltimore Ravens: equipo con herencia literaria

Hay un momento en The Wire, una de las series más celebradas en la historia de la televisión, donde el detective Jimmy McNulty necesita convencer a dos policías, subordinados suyos, de cumplir con una tarea a todas luces ilegal. Para conseguirlo, les lleva una buena dosis de pasteles de cangrejo. Los policías lo reciben con cierta desconfianza, alguno incluso aguanta la carcajada. Son de Faidley's, argumenta McNulty. El par de policías se mira, sonríe y masculla algo así como está bien, solamente por esta vez. Faidley's es un local ubicado en el rincón de Lexington Market, a mitad de camino entre el centro de Baltimore y el muelle. Es, también, según los entendidos, el lugar con el mejor pastel de cangrejo en toda la ciudad.

Antes de los Ravens existieron los Colts. Pese a que la historia del equipo se remonta a 1946, no fue sino hasta 1953 que la franquicia se abrió paso en lo que tiempo después conoceríamos como la NFL. El fútbol americano profesional se abrió paso pronto en la costa este de Estados Unidos; Baltimore, por su parte, insignia del estado de Maryland, siempre ha sido una ciudad obrera, portuaria, que vive un poco a la sombra de vecinos como Philadelphia o Washington -no digamos, un poco más al norte, Nueva York-, pero que ha conseguido visibilidad y narrativa a partir, cómo no, del deporte. Las ciudades de Estados Unidos consiguen un lugar dentro del mapa y el imaginario social a partir de la dimensión deportiva; Baltimore ha conseguido explicarse a partir de los Colts, al principio, y de los Ravens, además de sus entrañables Orioles beisboleros. La ciudad ha delimitado su identidad a partir del deporte.

Baltimore Colts quarterback Tom Matte (41) is seen in action circa 1972. (Tony Tomsic via AP)

Los Baltimore Colts, liderados por el mítico quarterback Johnny Unitas, compartían con los Orioles el Memorial Field, un armatoste ubicado al norte de la ciudad. En 1969 jugaron la tercera edición del Super Bowl, pero cayeron con los Jets de Joe Namath. Tendrían que esperar tres años para volver al duelo máximo y, entonces sí, derrotar a los Dallas Cowboys por un marcador de 16-13. El tiempo pasó y la pasión por los Colts en Baltimore fue enfriándose hasta que el equipo fue vendido y reubicado en Indianápolis; la ciudad se quedó sin representación en el máximo nivel de fútbol americano durante doce años.

Para una ciudad norteamericana resulta imprescindible explicarse, entenderse y narrarse a partir de un equipo. No es un tema de turismo, sino de cotidianidad; la gente necesita competir con las ciudades vecinas sin intervenir en el campo: a través de su equipo. Los Orioles ganaron la Serie Mundial en 1966, 1970 y 1983, pero no era suficiente. Es curioso que ahora las casas de Ravens y Orioles, M&T Bank Stadium y Camden Yards, estén a un estacionamiento de distancia. ¿Cuántas tardes de septiembre y octubre, con las hojas de los árboles volando en pleno otoño, habrá el público asistido a un partido antes del otro? ¿Cuántas veces se habrá cambiado un niño la abotonada camisola naranja por el jersey violeta? ¿Cuántos bares habrán tenido que cambiar el canal de un partido a otro? No es que la gente necesariamente sea de ambos equipos, sino que la gente es de su ciudad. Va más allá. En 1996 nacieron los Ravens: desde entonces cuervos y orioles coexisten -y aletean- en el ecosistema de la urbe.

Es extraño decirlo: los Ravens son los Browns. Si bien ambos equipos mantienen una encarnizada rivalidad -así como con los Bengals y los Steelers-, los Cuervos existen solamente porque el equipo de Cleveland fue enviado hace veintinueve años a Baltimore. Los Browns volverían en 1999 alcanzando un acuerdo con la liga para mantener el palmarés conseguido por el equipo recientemente vendido. Se gestó, entonces, la rivalidad coral de la AFC North: Cleveland, Baltimore, Pittsburgh y Cincinnati, cuatro ciudades obreras, violentas, acostumbradas al frío y al fútbol americano de contacto. Todas, en mayor o menor medida, destinadas a vivir bajo las alargadas sombras de Nueva York y Washington D.C. Los Ravens alcanzaron el éxito relativamente pronto: ganaron el Súper Bowl de 2001 ante los New York Giants -qué noche debe haber sido aquella en los bares del muelle- y revalidaron el logro once años después ante los San Francisco 49ers.

A Baltimore Ravens fan watches the team warm up before an NFL football game against the Philadelphia Eagles in Baltimore, Sunday, Dec. 18, 2016. (AP Photo/Nick Wass)

Ahora, ¿por qué Ravens? El apelativo de Colts -a pesar de que no sea la traducción exacta podríamos establecerlo como Potros- se refería a que Baltimore era, en su periferia, un criadero extraordinario de caballos salvajes. Los Cuervos, sin embargo, tienen un ineludible trasfondo literario: Baltimore es la ciudad donde vivió y fue enterrado Edgar Allan Poe. Si bien el escritor nació en Boston -otro nodo cultural en la costa este-, pronto se mudó al norte para desarrollar su carrera como escritor; algo de la narrativa de Poe puede olfatearse en los callejones de Baltimore: hay cierta decadencia y ambiente lúgubre en las esquinas. La tumba de Poe puede visitarse: está a un lado de la iglesia de Westminster. El relato más famoso del escritor de terror es, cómo no, The Raven. La ciudad se cuenta a sí misma a partir de sus equipos, pero también de sus héroes.

Él te va a contar sobre los llamados del infierno que no terminan, escribió Lou Reed en su canción Edgar Allan Poe. El álbum, cómo no, se llamó The Raven. Algo parecido a los cuentos de Poe ocurre, semana a semana, en el M&T Bank Stadium: late, debajo de la cancha y de manera permanente, el corazón delator de un equipo que encuentra en la literatura su razón de ser.